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Una creciente polarización ideológica divide a Chile y a muchos otros países. Y es aquí donde la moderación se vuelve más necesaria que nunca.
La moderación se ha vuelto muy impopular. Por eso mismo es más necesaria que nunca. Triste paradoja de la naturaleza humana, la moderación nos falta cuando más la precisamos. En tiempos revueltos, de polarización ideológica, en épocas de crisis, lo sincero sería admitir que estas situaciones complejas generan más dudas que certezas. Y tras reconocer esa incerteza lo honesto sería actuar en consecuencia: moderar nuestras palabras y conductas; pensarlo dos veces antes de afirmar pretendidas verdades.
Sin embargo, las dudas suelen contarse entre las primeras víctimas de los conflictos graves. En las crisis, las dudas caen decapitadas por las certezas tajantes.
Una creciente polarización ideológica divide a Chile y a muchos otros países. Grupos de amigos y hasta de familiares se distancian, algunos ya no pueden sentarse a la misma mesa. Mientras tanto, políticos de izquierda y derecha, sociólogos, economistas, periodistas, opinólogos y curas, compiten a ver cuál de todos hace una afirmación más rotunda. Y así ahondan las grietas que nos dividen. Según ellos, deberíamos creerles porque conocen el origen de nuestros problemas y aseguran saber cómo resolverlos. Nos dicen que ellos lo ven todo muy claro.
Lo malo es que el brusco fulgor de tantas claridades juntas nos enceguece todavía más. Esas verdades radiantes disparadas como flashes, esos fogonazos de convicción, pueden deslumbrar, pero no nos iluminan.
Malo es presumir de claridad cuando lo que necesitamos, primero, es la valentía de reconocer la oscuridad que nos rodea.
El poeta y Premio Nobel irlandés, W. B. Yeats, escribió estos versos visionarios:
“Las cosas se disgregan, el centro no se sostiene,
Una mera anarquía se desata sobre el mundo.
Una marea sangrienta se suelta y en todas partes
la ceremonia de la inocencia se ahoga.
Los mejores carecen de toda convicción, mientras los peores
están llenos de apasionada intensidad”.
Yeats escribió esos versos después de vivir conflictos más intensos que los nuestros. Los escribió en 1919, hace justamente un siglo, tras la carnicería de la Primera Guerra Mundial que mató tantas personas como ilusiones. Además, Yeats escribió ese poema tras el fracaso de un levantamiento armado (el Easter Rising) que buscaba la independencia de Irlanda, ideal que él apoyaba fervientemente.
Un poema a la polarización ideológica
Al observar cómo aumenta la polarización ideológica en Chile y en tantos otros lugares, algunos versos de ese poema irlandés me sonaron, de pronto, muy actuales.
“Las cosas se disgregan, el centro no se sostiene.” Dejamos que el centro no se sostuviera y las cosas se disgregaron. Dejamos vacío el espacio del encuentro y nos arrinconamos en los extremos del desacuerdo. Distanciados por esos extremos, apenas nos escuchamos. Entonces el diálogo es reemplazado por un griterío ensordecedor.
En ese descentramiento –que nosotros mismos facilitamos– “la anarquía se desata sobre el mundo” y tras ella nos amenaza “una marea sangrienta”.
Arrastrados por esa anarquía y atemorizados por la marea violenta, incluso los espíritus más lúcidos pueden trastornarse. Miramos alrededor buscando alguien que nos oriente. Pero encontramos que nuestros propios guías han perdido el norte: “Los mejores carecen de toda convicción. Mientras que los peores/ están llenos de apasionada intensidad”.
Esos versos son, aparentemente, fatales. Los mejores han perdido convicción en sus ideas. Y al hacerlo le han regalado a los peores el don de la apasionada intensidad.
Sin embargo, como toda gran poesía, esos versos también admiten una interpretación distinta. En tiempos confusos y violentos, la apasionada intensidad puede dañar y dañarnos. Esta es una lamentable paradoja: la exaltada pasión de nuestros ideales puede volvernos peores personas. La historia mundial está llena de apasionados brutales.
En cambio, en épocas de intransigencia, una prudente falta de convicción puede transformarse en una virtud escasa y por ello, preciosa. En momentos de arrebato general, aquellas pocas personas que se detienen a dudar antes de afirmar algo y después de afirmarlo agregan un “quizás”, podrían ser las mejores.
Escuchamos muchos eslóganes, arengas, manifiestos. Todos gritan para llamar nuestra atención. Vociferan, deseando arrastrarnos a su bando donde, según ellos, brilla la luz verdadera. Hoy, más que nunca, necesitamos leer nuestra época con una atención silenciosa y dubitativa como la que empleamos para orientarnos en la oscuridad de la mejor poesía.
El poema que he citado se llama La segunda venida. Al final del mismo, Yeats nos amenaza con la llegada de una “bestia feroz”. Hoy en día, ese vaticinio podría interpretarse así: corremos hacia los extremos persiguiendo nuestros ideales de un mundo mejor y llamando a gritos a un Mesías que venga e imponga nuestras visiones. Pero nuestros llamados furibundos podrían ser respondidos por una bestia feroz. Un animal de derecha o de izquierda, muy diferente al Mesías que deseábamos. En estos tiempos, el nombre más probable de esa bestia es “populismo”.