En pantalla

La maternidad le pasa la cuenta a Charlize en “Tully”
Tully

“Tully” se aleja conscientemente de los parámetros de la comedia contemporánea, y eso le da una fricción atípica.

Por tercera ocasión, el director Jason Reitman y la guionista Diablo Cody unen sus talentos para filmar una comedia dramática con una perspectiva decididamente femenina. En “Juno” (2007), Ellen Page interpretó vívidamente a una adolescente embarazada. En “Young Adult” (2011), Charlize Theron es una escritora autodestructiva que trata de reiniciar un romance con su novio de escuela secundaria. La actriz sudafricana vuelve a ser reclutada para este estudio de carácter sobre una madre bajo presión.

Marlo (Theron) es una mujer de mediana edad, llevando a término su tercer embarazo. Cuando la conocemos, está iniciando su permiso de maternidad, con el vientre a punto de reventar. Igual, la vida no le hace concesiones. Su esposo, Drew (Ron Livingstone) es cariñoso pero ausente, por una combinación de viaje y trabajo. Virtualmente sola, Marlo administra el día a día de sus dos hijos, una niña preadolescente y un pequeño ubicado en un punto indefinido del espectro autista.  Para echarle una mano, su hermano ricachón, Craig (Mark Duplass), le regala los servicios de una “niñera nocturna”. Suena como una afectación de las clases adineradas, pero cuando la bebé Mia nace, Tully (Mackenzie Davis) se materializa como si fuera una hada madrina en el cuerpo de una universitaria pasmosamente segura de sí misma. “No solo cuido de la bebé…también cuidaré de vos”, dice con una inquietante mezcla de dulzura y firmeza.

En estilo y temperamento, “Tully” se aleja conscientemente de los parámetros de la comedia contemporánea, y eso le da una fricción atípica. Parte de la diversión está en la posibilidad constante de que las cosas tomen un giro oscuro. La vida de Marlo no es perfecta, su casa es reconociblemente caótica. Más que un set, parece el espacio que habita una familia de seres humanos, con todo el detrito y el desorden cotidianeidad. El “milagro de la maternidad” parece, a veces, más bien una maldición.  Y si cree que es una exageración misantrópica, pregúntele a cualquier madre primeriza que no ha dormido una noche completa en meses.

Tully si es bendición. Lleva la bebé a Marlo para que ella pueda amamantarla sin romper totalmente su sueño. Mientras la familia duerme, limpia la casa hasta dejarla inmaculada, cocina pudines perfectos, conversa con su empleadora sobre sus ambiciones más privadas. La escucha. Las mujeres entablan una amistad casi simbiótica. Nunca la vemos de día. Llega al abrigo de la oscuridad y desaparece con los primeros rayos de sol. Puede sonar como un personaje insufrible, una “millenial” perfecta, invocada para contrastar con la protagonista de otra generación y encontrar humor en las supuestas deficiencias de la más adulta. Pero la película tiene una agenda más ambiciosa, y la esconde por la mayor cantidad posible de tiempo. Por una vez, la tiranía del giro sorpresa no se siente como una trampa.

La profundidad psicológica de los personajes, cuidadosamente cultivada por Theron y Davis, confiere sustancia a la comedia. También la atención que el orden social y el espacio que los personajes ocupan. Craig y Marlo son producto de un hogar convulsionado. Él ha compensado sus traumas con éxito material, ella con una compromiso profundo con la domesticidad de clase media. Pero su mente y su cuerpo se resienten. Nadie dice la palabras “depresión posparto”, así como nadie dice “espectro autista” al hablar del niño que se desmorona cuando el auto no sigue la misma ruta camino a la escuela. Marlo sigue su rutina con estoicismo, hasta que le pasan la cuenta.

La atención a los detalles brilla en lugares insospechados, desde el diseño de producción hasta el vestuario, pasando por la banda sonora. Cuando las mujeres huyen del hogar suburbano a una climática noche de farra en la ciudad, el fondo musical en el carro es un repaso por las canciones más y menos reconocibles de la discografía de Cindy Lauper. La nostalgia de la generación X no podría encapsularse mejor. Rara vez vemos una comedia donde los impulsos aleccionadores sean temperados por la aceptación de los límites de la falibilidad humana. La simple toma final es el final feliz que “Tully” merece.

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