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Las libertades de opinión y expresión no deben ser transgredidas por la “libertad de agresión”. Las claves para un entorno digital seguro es la alfabetización.
El título de este artículo en realidad tendría que ser: Por qué no deberías dar compartir a los mensajes de odio y estupideces que escriben los wannabe haters en redes sociales. Pará, dejá de ser amplificador de la sarta de disparates que se publican en la web.
Obviamente es demasiado extenso para dejarlo en el espacio programado para un título convencional. Además de la aclaración, me permito también hacer una advertencia, pues “curarse en salud” no está mal en estos tiempos.
Este artículo es escrito a partir de la empírica experiencia del autor, no hay estudios costosos auspiciados por organizaciones, encuestas, ni otros instrumentos sesudos que acostumbran los especialistas. Sí he consultado otras publicaciones y algunas leyes sobre seguridad digital, y todas esas cosas que nos da pereza leer.
Seré breve con el tema medular porque ya en este párrafo te estás aburriendo. Las redes sociales se han convertido en una chureca de mensajes de odio, que grupos violentos, radicales y nada pensantes difunden a diario. Y no, no estoy descubriendo el agua helada, pero el incremento de estas publicaciones es alarmante.
Lo más preocupante es que las personas que no comparten estos tipos de pensamientos, sí comparten este tipo de publicaciones. Entiendo el motivo de “mostrar” lo mal que estamos como sociedad, pero lo que esto causa es un efecto de amplificación y el mensaje llega a más personas, de lo que el wannabe hater esperaba.
Los estudiosos apuntan que los grupos sociales más pequeños, como nuestros amigos, familiares y personas con gustos en común, se convierten en objetivos más eficaces para este tipo de mensajes. Si bien no somos nosotros los autores de estos mensajes de odio (o comentarios estúpidos), sí nos convertimos en un vehículo y terminamos siendo una especie de Caballo de Troya.
Obviamente el hater (en su mayoría) no planifica su estrategia de difusión. Escribe un mensaje lleno de prejuicios, señalamientos, conspiración, racismo, misoginia, y toda la miseria humana que puede caber en un estado o un tuit. En la audiencia del hater podemos encontrar a varios especímenes.
El usuario cautivo que sigue al hater porque lo considera “divertido” o bien comparte el escaso pensamiento que este esparce en redes. Le da compartir a la publicación, se la envía a sus demás amigos en WhatsApp, y estos creen que su amigo hater está lleno de sabiduría y empiezan a replicar el mismo mensaje.
El usuario influyente se indigna por el mensaje que el hater y sus seguidores generan, y lo que este hace es exponer o denunciar el mensaje de odio. En esta parte ustedes se preguntarán: ¿Qué es lo malo entonces? La buena intención de denunciar queda en eso, solo una intención. Al compartir una captura, un video o una fotografía que contengan mensajes de odio, estamos funcionando como amplificadores.
Y llegan a los usuarios circunstanciales que no conocían del hater, pero ahora están expuestos al contenido y la fuente que genera los mensajes de odio. Esto puede despertar un cierto interés que genera atención al hater.
Funciona parecido a una estrategia de contenido, esas que trabajan en miles de agencias de comunicación, solo que el hater no contrata a una. Así el usuario circunstancial estará atento a la cuenta y corre el riesgo de convertirse en un usuario cautivo.
La conformación y características de las audiencias digitales replican, resignifican y redistribuyen los contenidos de manera dinámica, dispersa y diversa. Así lo define Jenaro Villamil, en su libro “La rebelión de las audiencias” (2017).
Villamil también recopila las polémicas declaraciones del semiólogo italiano Umberto Eco en junio de 2015, ocho meses antes de su muerte. “Las redes sociales le dan el derecho a hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”.
Aunque rotundo, pero elitista al mismo tiempo, Eco así definía los cambios tecnológicos. Después tuvo la oportunidad de ser más preciso y en una entrevista para el diario español ABC, el intelectual advirtió que el riesgo principal ante la Internet y las redes sociales era un asunto de didáctica y alfabetización para distinguir lo que es verídico de lo falso.
¿Qué debemos hacer?
Aunque tengamos identificado al hater, no vamos a salir con picos y antorchas para lincharlo, pero sí podemos tratar de persuadirlo para que rectifique su conducta y sus mensajes. En caso de encontrarnos con haters recalcitrantes lo mejor es no colocarse a la “altura” de sus comentarios y aplicar el famoso “no alimentar al troll”.
Lo más eficaz es denunciar el contenido a través de las herramientas que nos ofrecen las redes sociales. Facebook, Twitter, Instagram, YouTube y otras plataformas tienen disponible mecanismos de denuncia para reportar contenido que infrinja sus políticas de comunidad.
Si bien la Internet representa un medio esencial para garantizar derechos fundamentales, como el acceso a la información y a las libertades de opinión y expresión, esto no significa que la red nos da “libertad de agresión”.
En varias partes del mundo buscan presionar a las plataformas para actuar en contra de los mensajes de odio y eliminarlos. Aunque otros buscan coartar el acceso a la red o controlar en su mayoría el contenido que se publica y difunde.
En marzo de 2018 en Nicaragua, el Gobierno a través de la Asamblea Legislativa intentaron “revisar el uso de las redes sociales” porque estas “influyen negativamente y afectan la capacidad de convivencia de las familias nicaragüenses”, así lo expresó la vicepresidenta, primera dama y coordinadora de comunicación, Rosario Murillo. La iniciativa no caminó.
No se trata de restringir, como China, Corea del Norte o Rusia, se trata de educar. Ya lo comentaba a través de las palabras de Umberto Eco, es una cuestión de alfabetizar.