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#PresosPolíticos: Carlos Silva, el basquetbolista acusado por derribar un «chayopalo»

Carlos Silva Rodríguez

A Carlos Silva Rodríguez le gustaban los deportes e ir al gimnasio. Cortesía | Niú

Carlos Silva Rodríguez perdió su último juego de baloncesto. Antes que iniciara el segundo tiempo, una patrulla de la Policía Nacional se acercó a la cancha del parque Luis Alfonso Velázquez Flores donde él y su equipo —el San Judas— se enfrentaban contra la Alcaldía de Managua. Antes de ser capturado por los agentes, había dicho: “cuando gane Nicaragua le vamos a cambiar el nombre a este parque”.

Ese día, él había llegado al partido a regañadientes. Su hermana, Elisa Silva Rodíguez, le había advertido que podría ser peligroso salir a la calle.

-Andan secuestrando a los jóvenes, vos no sos chavalo pero te ves como uno- le dijo su hermana.

-Me ponés más nervioso- le contestó Carlos.

Al final decidió ir. Él había fundado el equipo del barrio San Judas, junto a otros vecinos. Cuando fue ascendido a gerente de recursos humanos de una empresa de zapatos, destinaba un monto de su salario para mantener la escuadra, buscar patrocinio y apoyar a los jóvenes que lo conformaban. “Él decía que prefería ver a jóvenes haciendo deportes que en una esquina, drogándose”.

Se fue a su último partido sin imaginar que ese día lo apresarían y lo acusarían de un rosario de crímenes que para toda la familia resultan “insólitos”.

Un grupo de oficiales se acercó a él y lo montó a una camioneta. Él no puso resistencia. “Sabía que no había razón para llevarlo y que es inocente”, manifiesta su hermana. Para ella no es un hecho aislado que minutos después de haber dicho aquella frase llegara una patrulla y lo llevaran a la Dirección de Auxilio Judicial, conocida como El Chipote.

“Mi hermano no sabe ni usar una sierra”

Elisa Silva Rodríguez está enojada. El partido por el que años creyó, votó y militó la ha defraudado. Está enojada porque el Gobierno de Daniel Ortega, el líder supremo del FSLN, ha secuestrado a su hermano y lo acusa de ser «cabecilla» de uno de los tranques de la UNAN-Managua y coautor de botar un «árbol de la vida», esas estructuras metálicas montadas a lo largo de Managua y que en los primeros días de la rebelión cívica de abril empezaron a caer, una a una. Treintena de ellas fueron derribadas desde abril por algunos manifestantes aguerridos que en las noches se concentraban con el fin de “talar” las arbolatas impuestas por la vicepresidenta, Rosario Murillo. Sus familiares, sin embargo, afirman que Carlos no ha botado ninguna de ellas. Ni ha andado en tranques.

“Tengo mucho rencor con un partido que yo seguí y con las autoridades que un día elegí», agrega Elisa, solo nueve meses mayor que su hermano.

Elisa Silva Rodríguez fue militante del FSLN y hoy se siente defraudada por este partido. Franklin Villavicencio | Niú

“Sí, él ha ido a marchas. Él se ha manifestado como todo ciudadano más, pero eso no es ningún delito», asevera su padre, Carlos Silva Grijalva.

Él árbol de la vida que, según la Policía Nacional, fue tirado “con la ayuda de una sierra mecánica” por Silva Rodríguez es un mastodonte blanco que estaba ubicado en la rotonda Rigoberto López Pérez. Su caída fue el once de mayo, por la noche. La algarabía inundaba la capital cada vez que eran tirados, pues por más de una década representaron el símbolo del régimen de Daniel Ortega. Según investigaciones periodísticas de medios independientes, cada uno de ellos tiene un valor que asciende los 25 mil dólares.

Según su padre, Carlos no pudo haber estado ese día ni a esa hora en la rotonda Rigoberto López Pérez. “Él tenía otras responsabilidades más importantes, como cuidar a sus hijas, atender su trabajo. A las ocho de la noche debía estar en su casa para encargarse de sus responsabilidades. Es inverosímil que él, de 43 años, ande a medianoche en la calle, en día de semana, sabiendo que tiene que trabajar”, comenta.

A Silva Rodríguez también se le acusa de “intimidar” a los pobladores aledaños “con morteros y armas de fuego artesanales”. Pero, según explica su hermana, ambos han crecido con el temor a las bombas. Otra inverosimilitud que apuntan los familiares del acusado. “No me imagino a mi hermano intimidando. El carácter de él siempre ha sido pasivo. Quien lo defendía en la escuela era yo, porque yo he sido la que tiene un carácter fuerte”, enfatiza.

Elisa Silva comenta que ella defendía a su hermano en el colegio cuando le iba a poner queja. Ella tiene un carácter «más fuerte» que él. Cortesía | Niú

“El 11 de mayo de 2018, en la Rotonda Rigoberto López Pérez, tanto Carlos como otros delincuentes utilizando mecates, gasolina, fósforos y sierra circular eléctrica, incendiaron y destruyeron Árboles de la Vida”, reza el comunicado de la Policía. Entre las “pruebas” presentadas por las autoridades están “doce bombillos color blanco”.

“Conozco bien a mi hermano. Él no puede ni pegar un clavo. Siempre se ha concentrado en su vida académica, en superarse. ¿Qué necesidad tenía él de amenazar con morteros a la gente?, cuando tenía un buen puesto, ganaba treinta mil córdobas y era un padre soltero que se desvivía por sus hijas”, agrega Elisa. Está enojada y cada vez que habla del Gobierno sus ojos se humedecen.

“Yo he sido la que ha tenido más carácter, siempre. Él se ha enfocado en la vida de estudio, es muy inteligente. Usted le puede hablar de matemáticas, de números. Por eso sé que no podría tomar ni una sierra”, enfatiza su hermana.

Un hombre enamorado del deporte

A Carlos Silva Rodríguez le gustaban los deportes. Desde pequeño sintió pasión primero por el béisbol y luego por el baloncesto. En el colegio Madre del Divino Pastor, mientras cursaba su secundaria, empezó a encestar sus primeros balones.

María Auxiliadora Rodríguez al lado de su hijo, Carlos Silva Rodríguez cuando se bachilleró del colegio Madre del Divino Pastor. Franklin Villavicencio | Niú

María Auxiliadora Rodríguez, de 63 años, describe a su hijo como alguien tímido, un poco reservado y muy disciplinado.

“Él bota gorra muy rápido y no le gusta la indisciplina. Decía siempre que quería gente disciplinada en su equipo”, rememora la madre.

María Auxiliadora llevaba 26 días sin ver a su hijo desde que fue secuestrado en el parque Luis Alfonso Velázquez cuando las autoridades de la Dirección de Auxilio Judicial le permitieron la visita. Carlos le preguntó sobre sus dos hijas, que cómo estaban, que si alguien las cuidaba y si estaban bien. Luego por su perro, “Lío Silva”, como él le solía llamar porque “era parte de la familia”. Al recordarlo, lloró.

“Ese animal lo ama. Él (Carlos) nos dijo ‘ustedes saben dónde estoy pero él (el perro) no sabe dónde estoy yo y eso es lo que me mortifica’. En realidad cuando Carlos llegaba del trabajo, el perro lo primero que hacía era buscarlo, tirársele encima”, agrega María Auxiliadora.

“Lloró por cada muerte”

“A Carlos nadie lo convocaba. Él se convocaba solo”, dice su padre. Era común verlo por las tardes, después del trabajo, sonando las cazuelas como una forma de protesta contra la represión del Gobierno de Daniel Ortega. Se definía como apolítico y decía, como todo ciudadano “azul y blanco”, que en Nicaragua urgía un relevo en la política.

Carlos Silva desde pequeño era amante de los deportes. Fundó un equipo local del barrio San Judas. Cortesía | Niú

Uno de los momentos que más lo marcó en los primeros meses de protestas fue la muerte del adolescente de 15 años Álvaro Conrado, el 20 de abril, después que recibiera un balazo en la garganta y fuera atendido por los médicos de un hospital público. Ese día, Carlos Silva lloró frente a las imágenes que los medios nacionales transmitían.

“¡No!, ¡qué desgraciados!”, bramó Carlos Silva ese día frente a las secuencias de imágenes que se repetían una tras otra en el televisor. Para ese día, Nicaragua ya lloraba su primera docena de muertos: la mayoría de ellos jóvenes que habían alzado sus voces.

“Con cada muerto él agarraba su paila y salía a la acera a sonarlas, o se ponía su bandera”, rememora su padre. “Él los llevaba contabilizados uno a uno y los lloraba como si eran sus hijos”, recuerda su hermana.

“La Policía solo quiere salir del caso”

Vladimir Miranda es amigo de Carlos y su abogado defensor. Dice que en las primeras audiencias iniciales, dos testigos lo han señalado como él coautor de la caída del árbol de la vida. Eso, para él, es una de las inconsistencias del juicio.

El abogado cree que, “en semejante algarabía”, sería imposible distinguir y señalar a las personas que botaron estas estructuras. La mayoría de las veces la “tala” de las arbolatas —como también se les llama popularmente— se realizaban durante la noche; centenares de personas se reunían para verlos caer y luego brincaban, gritaban y se apropiaban de las bujías de colores que los adornaban.

El cuatro de septiembre fue presentado Carlos Silva Rodríguez por la Policía Nacional. Foto tomada de El 19 Digital.

Otra de las pruebas que presenta la Policía Nacional es una fotografía donde Silva aparece arriba del árbol de la vida caído. Según sus familiares, fue tomada varias semanas después que lo botaron. Elisa Silva relata que él se detuvo en la zona cuando venía de hacer un mandado y quiso inmortalizar el momento. No obstante, las autoridades quieren utilizar esta prueba para inculparlo y de esta manera “salir del caso”, como apunta su abogado.

Miranda también afirma que el basquetbolista pasó varios días en un “hoyo” mientras estaba en El Chipote y que esa es una de las formas de torturas que utilizan para someter a los reos políticos.

“Protestar no es ningún delito”

Cuando Carlos Silva Grijalva recuerda sus hazañas cuando participó combatiendo en la Revolución Popular Sandinista, se siente defraudado. Recuerda que estuvo en el Frente Edgard Lang. “Combatí al lado de Edén”, comenta.  Hoy, lamenta que tanta entrega no sirviera para que el régimen la pensara dos veces al capturar al hijo de un excombatiente.

“Yo mismo me autoeliminé mi militancia. No la misma militancia que dan con ese carné de hoy, la militancia de nosotros era con carne”, sentencia.

Carlos Silva Grijalva fue combatiente sandinista en su juventud. Ahora lucha por liberación de su hijo. Franklin Vilavicencio | Niú

Cuando Carlos Silva Rodríguez y su hermana, Elisa Silva, eran niños, su padre tuvo que dejarlos a cargo de sus abuelos, pues él tenía “un compromiso con la revolución”. Le tocó ir a la montaña y enseñar a leer en la Campaña Nacional de Alfabetización impulsada por el Gobierno sandinista.

“Le mandaba dinero a mi padre para que ellos (Carlos y Elisa) pudiesen estudiar en el Divino Pastor”, agrega Silva Grijalva.

Hoy, ha vuelto a las calles, pero ya no carga un fusil. Lucha, con el rostro de su hijo que ha cargado en todas las marchas realizadas en Managua, contra el proyecto político del cual fue parte hace muchos años. 

El 17 de septiembre, en una de las marchas realizadas en Managua por la liberación de los presos políticos, gritó en las calles una consigna que acaparó titulares: “¡Dejanos en paz, Daniel!, nuestra única arma que tenemos es demandar la libertad de los presos políticos. ¡Dejá la represión, Daniel!”, llamó a las cámaras. En ese momento, su hijo llevaba casi un mes preso.

“Sí, mi hijo iba a marchas. Le encantaba ir a marchas. Le encantaba expresar el amor a Nicaragua. Él no estaba con armas, no estaba con golpe de Estado, ni nada. Solo gritaba: ‘Viva Nicaragua libre’ o ‘Patria libre y vivir’, y ¿quién no quiere una patria libre para vivir?”, sentencia su padre.