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El mal que asfixia el arte en Nicaragua

La falta de acceso a los estudios de grabación y las influencias que tienen otros músicos, son algunos de los problemas de las bandas emergentes

     

En mi carrera como músico, he encontrado en distintos países un mal común al que muchos conocen como “argolla”. Este grupo de individuos tienen un alto poder e influencias, y terminan limitando los espacios culturales para su propio beneficio y el de sus allegados.

En Nicaragua, este mal afecta el desarrollo de la cultura. Las bandas emergentes, por ejemplo, están tratando de abrirse espacios dinamitando muros de roca con su música y actitud guerrera, y luchan contra personas sin talento que gozan de padrinazgos e influencias, sea en algunos medios de comunicación o en círculos de ciertos apellidos ligados al pseudo-arte.

Hoy les presento a una banda granadina llamada Bajo Instinto. He platicado con su líder, Bryan Pacheco, sobre un proyecto que lleva un poco más de dos años en desarrollo y me han contado lo que viven como músicos en una Nicaragua secuestrada por individuos con poder.

Un problema que afrontan bandas como Bajo Instinto es la falta de acceso a estudios de grabación. Generalmente, las productoras elevan sus precios al cielo y para llegar a ellas a veces se requiere de la compra de un traje estilo Yuri Gagarin. Sus tarifas oscilan entre los 500 y 400 dólares por canción, lo que obligó a esta banda a recurrir a métodos caseros y a herramientas alternativas como YouTube para compartir su música.

Para Bajo Instinto –y estoy seguro que para muchas bandas– la cantidad de plataformas útiles para su exposición son en extremo limitadas, no por su inexistencia, sino por el criterio de selección de los organizadores de grandes eventos en Nicaragua. Estos últimos escogen a las bandas por su trayectoria, nivel de influencia o compadrazgos y en el más raro de los casos, por su talento.

“Somos una banda nacional con música propia. Consumir lo nicaragüense es nuestro eslogan pero te das cuenta que a pesar de nuestros esfuerzos, las puertas se cierran. Hay algunos canales que sí te apoyan, pero el alcance tiene como límite el día en el que se realizó la presentación. Hay argollas. Al menos tres o cuatro grupos o sectores tienen las posibilidades y solo comparten entre ellos mismos”, lamentó Bryan Pacheco, vocalista, guitarrista y líder de Bajo Instinto.

Abrir espacios

Considero que ha llegado el tiempo en que las disqueras, los mercaderes del arte y los medios de comunicación se sienten en la banca y observen el partido que está jugando una tremenda alineación de músicos de la escena underground. Ellos están utilizando tecnología de punta para grabar de manera casera, además de canales como YouTube o Facebook. Le están metiendo un gol a quienes hacen productos enlatados del perfil de Backstreet Boys, Ricky Martin, Shakira o Maná.

Las argollas asfixian las nuevas propuestas artísticas que vale la pena escuchar. No pueden quedarse los músicos con esa limosna de un micro espacio en un show matutino de tevé o bajo la voluntad de un DJ de radio que programa, en su mayoría, lo mainstream. Una buena opción para evitar esto es replicar lo que otros países han planteado en sus estructuras legales: la obligatoria transmisión de más de un 50% de arte nacional en radios y televisión.

Concuerdo con Bryan cuando afirma que si no sos un Mejía Godoy de la nueva generación, un Cardenal o alguien con plata para comprar media tienda de instrumentos y maquilar tus discos en Estados Unidos, no gozás de credibilidad en el imaginario social. Tampoco podés tener acceso a los mega escenarios o espacios en los medios, donde la telaraña VIP aguanta tanta influencia como se le monte encima.

“Lo único que pedimos es un espacio, no que nos cierren las puertas, pues si no es por la iniciativa independiente de las bandas emergentes, no habría manera. Las telefónicas se adueñan del nicho del mercado, y ellos deciden qué es redituable y qué no. Esto genera una sectarización que daña el crecimiento artístico del país. Gracias a Pedro Vargas y a otros amigos hemos podidos realizar dos videoclips, uno de ellos titulado La Gran Ciudad”, manifestó Bryan.

Hay que cambiar

En Nicaragua, empresas de telefonía como Claro y Movistar juegan un rol negativo en la difusión del arte. Al final del día, lo que mueve a estas empresas a poner artistas en un escenario es la ley de la oferta y demanda, el capitalismo en su máxima expresión. Venden teléfonos inteligentes y espacios de realidad virtual, promoviendo cualquier cosa.

Basta del “Managua-centrismo”, una regla que muchos utilizan para llevar a los mismos músicos de siempre al Festival de Poesía de Granada, por ejemplo. Les hago un llamado para que abandonen el miedo y dejen que se suban junto a ustedes nuevas propuestas, hay espacio para todos. Al gobierno de turno le digo que es tiempo de promover leyes que obliguen a las televisoras y radio emisoras a transmitir más arte nacional que foráneo, es tiempo de construir más estudios y centros de ensayo para músicos, que campos de fútbol y baseball. Es tiempo de que todo lo relacionado con el arte esté exento de impuestos, si desean una Nicaragua realmente grande.

Retornemos a la nostalgia de grandes exponentes como Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy, a la nostalgia de un enorme Hernaldo Zuñiga, a la nostalgia de un percusionista inmortal que grabó con Santana como Chepito Áreas, la nostalgia de grandes salseros como Luis Enrique y que no sólo bandas como La Cuneta, sean la cara que Nicaragua muestre al mundo.

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