Marjourie Duarte, de 27 años, solo conoció a su padre, Nelson Duarte Galeano, a través de unas cintas de VHS. Cuando ella tenía un año, su padre fue asesinado en Managua, durante unas protestas de la cooperativa de buses Parrales Vallejos. En las cintas que su padre le grabó cuando ella era bebé, él le contó porqué una década antes eligió ser un “cachorro de Sandino”.
“Yo no sé si él sentía que se iba a morir joven y por eso nos grabó esas cintas. Y quizás van a decir que estoy loca, pero ahora así converso con él”, comparte Marjourie. Para ella, esas cintas también fueron su formación en los ideales sandinistas en los que creía su padre.
Aferrada a ese vínculo, Marjourie integró organizaciones estudiantiles y de la Juventud Sandinista y hasta fue secretaria política adjunta de su barrio. Siete años atrás la decepción la llevó a dejar de comulgar con la gestión del partido de Gobierno y hoy afirma que se siente traicionada.
Otros como Marjourie, sandinistas por convicción y trayectoria, comparten ese sentimiento, incluso desde varios años antes a abril de 2018, cuando estalló la protesta cívica contra la dictadura de Daniel Ortega, que respondió con represión y muerte, dejando más de 300 asesinados, miles de heridos y decenas de desaparecidos.
Niú conversó con cuatro nicaragüenses que crecieron en las filas del Frente Sandinista y que ahora han tomado distancia de la gestión de Ortega y su esposa y vicepresidenta Rosario Murillo. Estas son sus historias.
“Yo estuve preso con Daniel y él arresto a mi nieto”
Manuel Tijerino, 74 años.
Agrónomo jubilado
Desde que era niño estoy oyendo y leyendo de Sandino. En ese tiempo mi mamá era quien nos daba esos libros. Y yo absorbí como esponja todo lo que escribió Gregorio Selser (el biógrafo de Sandino). Tanto, que a los 12 años yo ya era correo (mensajero) de mi primo, Charles Haslam. Me acuerdo que iba a pie desde Matagalpa hasta Yucul, a dejar algún recado. Pero fue hasta que llegué a estudiar a Managua, que me integré a la Juventud Patriótica. Allí conocí a Humberto y a Daniel Ortega.
Nosotros nos formábamos en células. Mi hermana Doris Tijerino y yo éramos parte de la (célula) del (colegio) Ramírez Goyena, en la que también estaban Julio Buitrago, Carlos Guadamuz y Lenin Frixione. En los setenta fui colaborador del Frente como correo y ofreciendo casas de seguridad. Y aunque no anduve en la guerrilla me echaron preso varias veces.
Una vez en 1967, cuando regresaba a Managua con mi hermana Doris, nos agarraron y nos llevaron presos. Me acuerdo que la cárcel estaba tan llena que un par de días después me trasladaron a unos baños, y en eso veo que llevan a otro baño a Daniel Ortega, casi con el ojo salido, por eso es que tiene una cicatriz. Nos reconocimos y él me comenzó a preguntar quienes más estaban presos. En eso me llevaron la comida de mi hermana y la mía, pero como a ella la habían llevado a otra celda, me acuerdo que puse su plato en el suelo y se lo tiré a Daniel, que estaba esposado y boca abajo, y él así se lo comió.
El otro día le estaba diciendo a mi hijo, Manuel Picado Tijerino, quien ahorita fue preso político, que si así, como yo me acuerdo de eso, se acordará Daniel que hasta le pasé un plato de comida. Pero bueno, la represión no tiene distingo político, es la misma sin importar si es una dictadura de izquierda o de derecha.
Y yo creo que con el sandinismo muchos fuimos románticos. Queríamos aquello lindo, puro, con cooperativas, queríamos un país en desarrollo, con hegemonía. Pero luego uno comienza a ir cuestionando. Yo comencé a ver que las cosas no iban de acuerdo con los ideales sandinistas desde los 80. En ese tiempo, yo fui el primer delegado de Irena (Instituto Nicaragüense de Recursos Naturales y del Ambiente) en Matagalpa, y me acuerdo que una vez el ministro me dijo a él le importaba más la renuncia de un político, que la de un técnico, entonces ya uno va viendo que esto no va por donde debería.
Pero mi principal decepción ocurrió con el pacto entre Daniel Ortega y Arnoldo Alemán. Fue cuando dije: “Ya caímos en la ‘poliquitería’, en la ‘sinvergüenzada’ del pacto, que fue lo que Sandino no quiso aceptar con el Espino Negro. Y ya el año pasado lo dije: Yo soy sandinista, no orteguista. Un verdadero sandinista no va a pactar tipo Espino Negro. ¿Ya se te olvidó (Daniel Ortega) el pueblo? ¿Se te olvidó el desarrollo? ¿Se te olvidó la hegemonía de un partido?
Y esto que hay ahorita, no es sandinismo y duele ver que un poco de oportunistas quiere enriquecerse de forma ilícita. En mi familia, por ejemplo, todos estamos divididos. Somos diez hermanos y cinco de ellos son extremadamente fanáticos, cuatro no están de acuerdo con lo que han hecho.
Mucha gente dice ahorita que se vayan, que ya no quieren saber nada de sandinismo, pero lo que yo siento, es que la gente no quiere saber nada de ‘frentismo’.
“Ahora llega la Policía a asediarnos”
Marjorie Duarte, 27 años.
Universitaria en desobediencia estudiantil.
En mi casa, el 19 de julio siempre fue un día alegre. No íbamos a la plaza, pero desde temprano poníamos el televisor, encendíamos el equipo de sonido a todo volumen y saludábamos a todos los vecinos que iban a escuchar el discurso de Daniel Ortega. Entonces, yo crecí con ese fervor. Mi papá fue cachorro de Sandino y mi mamá fue parte de la jornada de alfabetización. Y yo puedo decir que esa es una corriente que yo amo, que es parte de mi identidad, de mi pasado y no puedo obviarla.
A los 14 años, me integré en la Juventud Sandinista. Lo hice porque sentía que era el ‘feeling’ del momento. Después, en mi colegio, me uní a la Federación de Estudiantes de Secundaria y seguí de lleno en la Juventud, cuando ya pude votar. Allí comencé a tener mis primeros cargos de poder. Sin embargo, me salí porque sentía que había mucho relajo y me fui al Consejo del Poder Ciudadano (CPC) de mi barrio, donde al poco tiempo me nombraron secretaria adjunta del secretario político.
Para ese tiempo, todo lo de mi barrio pasaba por mis manos, y no lo voy a negar, esa cuota de poder a mí me gustaba. Yo sentía que era un brazo más de Daniel Ortega. Allí yo aprendí a ser manipuladora, porque la verdad es que eso es lo que hacen. Al principio yo decía, lo que pasa es que Daniel Ortega no sabe todo lo que andamos haciendo en los barrios, pero cuando vi que estaban haciendo las reformas a la Constitución, los cambios en las instituciones públicas, dije: ‘No, esto no es lo que a mí me enseñaron. Aquí lo que hay es un montón de oportunistas’. Pero lo que pasa es que yo ya no era la misma Marjourie, ya estaba en la universidad estudiando Derecho, entonces veía todo distinto.
Miles de nicaragüenses se han distanciado del sandinismo a causa de la crisis política que se vive en Nicaragua desde 2018. Carlos Herrera | NiúEn ese momento todo fue muy difícil en mi casa, porque todos eran militantes sandinistas. En las reuniones familiares terminábamos peleando, porque yo defendía mi postura y ellos la suya. Todavía el año pasado que iniciaron las protestas discutíamos mucho, con mi hermano mayor, sobre todo. Él decía que el Cosep estaba manipulando a la gente y yo le decía: ‘Pero si están matando a la gente’.
Todo esto llegó al punto en que mi hermano dejó de ir a las actividades del Frente porque teníamos un conflicto interno; pues mi hermana menor y yo íbamos a las marchas azul y blanco y él no podía ir en contra porque podía atacarnos a nosotras o, bien, si golpeaba a alguien más, era como que nos tocara a nosotras. Hasta que él y los otros miembros de mi familia comprendieron todo lo que está pasando en Nicaragua y dejaron el partido. Y eso nos ha traído consecuencias.
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Ahora llega la Policía a asediarnos. Nos dicen que nos van a quemar la casa. Hace dos semanas hubo una feria de la salud en el barrio y nos fueron a poner un toldo a fuera de la casa para intimidarnos, y fue cuando yo me salí y le dije: ‘Mire nosotros respetamos lo que andan haciendo, pero aquí no queremos toldos’.
A mí me siguen, por ejemplo. Y no somos los únicos. En el barrio hay muchos disidentes, pero como todos nos conocemos —los disidentes y los actuales dirigentes— entonces es una lucha de poder. Ellos saben que no nos pueden atacar porque tenemos gente dentro del partido que nos protege, en la misma Policía hay gente que protege a los disidentes.
No es fácil ir en contra de la corriente, a pesar que ahora tengo todo el apoyo de mi familia, no es fácil. También, para mí es un conflicto interno, porque yo crecí creyendo en el sandinismo. Pero lo que yo creo es que hay un secuestro. Y yo soy sandinista porque sí pienso en la lucha y en el empoderamiento de las personas oprimidas, pero ese ideal ahora ya no existe. Lo que tenemos en el país es orteguismo y yo no soy orteguista.
“Supe que hubo fraude, dejé de sentirme orgulloso”
Gabriel Téllez, 30 años.
Trabajador social.
Desde niño iba a la plaza, a los repliegues y a las actividades partidarias. De hecho, mi primer voto fue por el Frente Sandinista, en el 2004, durante las elecciones municipales. Después trabajé en las campañas electorales, pero fue hasta en 2012 que voté por última vez, en otras municipales.
Nunca fui de la Juventud Sandinista, pero sí fui militante. Tuve carné y fui activista político. Recuerdo que cuando no había elecciones, el trabajo, más que todo, era para el acto del 19 de Julio, de ir a embanderar y ‘pastelear’ (convencer) a la gente para que fuera a esas actividades. Pero, la verdad es que ya en el 2011, supe que ahí hubo un fraude. Entonces dejé de sentirme orgulloso, porque no había necesidad de que hiciéramos eso. En esas elecciones, yo voté dos veces por Daniel, y la verdad es que me sentí mal. Sabía que lo que hacíamos no estaba bien, pero no nos importó. Estábamos convencidos de que el Frente debía seguir en el poder, para continuar con los programas sociales.
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Sin embargo, mi punto de partida fue en el 2014, cuando veo la reforma a la Constitución y el intento de perpetuación en el poder. Y ya después vi que no había opciones para escoger. Entonces, vi como las libertades se fueron coartando, como los espacios se cerraron. Aún dentro del Frente Sandinista, no había espacio a la crítica, a la disidencia, a emitir una opinión. Entonces, si ya no había democracia interna, mucho menos había democracia en el país.
Para mí, ser sandinista era tener una opción preferencial por los pobres. Era luchar por las clases sociales más desposeídas. Para mí, el sandinismo era algo más que una ideología, era una práctica social y eso me motivaba mucho.
Yo era un sandinista convencido. Nunca necesité que nadie me dijera: “Hacé esto” o “hacé lo otro”. Siempre iba a todo lo que me invitaban y con mis propios recursos. Pero hay que ver lo que era ser sandinista cuando el Frente era oposición. En los primeros años era muy diferente a lo que es ahora. Que si no te acarrean, si no te pagan, si no tenés algún tipo de incentivo, no te movés. En ese tiempo, para mí ser sandinista era un orgullo. Y te puedo decir, que era algo de lo que yo me sentía honrado.
Tuve mucha afinidad hacia Daniel Ortega y Rosario Murillo. A ella la consideraba una mujer inteligente, muy hábil. Creía en ellos. Y creía que ellos podían hacer un buen Gobierno. También, creía que iban a dar espacio a las nuevas generaciones para que tomaran las riendas del partido, pero eso no fue así.
En 2016 no voté. Más bien, participé en la campaña “Yo no voto mi voto”. Es decir, que mi cambio se da desde antes de abril de 2018, pero lógicamente, todavía uno tiene cierta conexión hacia el sandinismo, un romanticismo de ser sandinista. Ya después de abril del año pasado eso se terminó de sellar. Supe que no hay posibilidades de un sandinismo sin Daniel Ortega, que el partido está secuestrado, que no hay mecanismos de dirección colectiva y que el sandinismo como tal para mi murió.
“Por ir a protestas recibí cuestionamientos y amenazas”
Zenia Mendoza tiene 34 años.
Comunicadora social.
Todo el tiempo simpaticé con el Frente Sandinista por una tradición familiar. Mi familia es gente que fue guerrillera, que trabajó en la alfabetización; entonces, hay una raíz bastante arraigada con el sandinismo. Desde pequeña participé en ciertas actividades partidarias donde yo vivía antes, como andar vendiendo cosas, organizar a la gente para la plaza y cosas bastante puntuales.
Donde sí ya me metí de lleno, fue hace como cuatro años, cuando trabajé en una institución del Estado, pero no fue una cuestión voluntaria. Honestamente, fue como que: “Sí vas a trabajar con nosotros, sabés que vas a apoyar todo el tema político”. Yo cumplía con mi parte profesional, pero también tenía la otra parte política que no había manera de decir: “No, no puedo ir”.
Entonces, ahí fue donde ya me mandaron al tema de verificación de techo, entrega de paquetes alimenticios, algunos eventos que hacían en El Carmen, apoyo de logística y varias cosas. Al inicio todo era muy lindo, maravilloso porque yo creía muchísimo en el proyecto social del sandinismo. Pero luego se comenzó a convertir un poco incómodo, porque ya es una cuestión de que tenés que andar “hincando” a la gente para que vaya a las actividades, garantizar esté en la plaza o en los eventos.
En abril me surgió una gran inconformidad con las reformas del Seguro Social que querían hacer. Entonces, decidí participar en las protestas. Me acuerdo que el 19 de abril, me fui con una parte de mis familiares a protestar al lado del colegio Rigoberto López Pérez, donde se dieron los primeros ataques a las manifestaciones. La Policía estaba al lado del parque La Biblia y nosotros cerca del semáforo. Ahí hice un Facebook Live, que posteriormente busqué en mis redes para hacer la denuncia ante la CIDH (Comisión Interamericana de Derechos Humanos), pero me di cuenta que me lo habían borrado, especialmente en el cual sale la Policía tirándonos balas de goma.
Por ir a protestas recibí cuestionamientos y amenazas indirectas de la gente que me conocía en la institución donde trabajé. Ellos me preguntaban: “¿Y vos qué andas haciendo ahí?”, “¿Dónde está tu convicción?” Y ya el 20 de abril hice una publicación privada en mis redes sociales donde dije que sí, yo había sido sandinista, pero a raíz de toda la violencia que había suscitado en esos días, mi forma de pensar ha cambiado.
Actualmente, mi crítica siempre va a los dirigentes. Al partido en si no, porque yo conozco a muchos sandinistas que son bien entregados. Y de corazón sigo siendo sandinista. Creo que lo que ha apestado al Frente son los dirigentes. Por eso pienso que este es un proyecto partidario que no va a sobrevivir después de 2021. A menos que se cambie todo el sistema que está adentro.