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Médicos, abogados, profesionales, padres y madres dejaron todo huyendo de la represión.
Salieron a escondidas, por veredas, aguantando hambre y sed. En Costa Rica se reorganizaron como “Movimiento 8 de Julio”. Añoran volver a su pueblo, con su familia, pero reclaman “un país libre”.
El día ocho de cada mes, los jinotepinos exiliados en Costa Rica recuerdan el atroz ataque perpetrado por paramilitares y policías en Carazo. El ocho de julio de 2018, el régimen Ortega Murillo ordenó desmantelar los tranques de ese departamento, uno de los principales bastiones de la protesta cívica, que estalló en abril por todo el país.
“Nos sentíamos comprometidos y sentíamos que representábamos a la población de Jinotepe”, dice Moisés Silva, administrador de empresas y uno de los organizadores de las marchas y manifestaciones de ese municipio.
Este joven lleva ocho meses viviendo en San José, al igual que Rodolfo Rojas Cordero, un abogado de 60 años, que asiste a la entrevista usando un corbatín azul y blanco, y recuerda las masivas manifestaciones en su ciudad. “Todo mundo se autoconvocó. Se iba al centro de la ciudad, en el parque, y la gente se comenzaba a organizar todos los días en las marchas, hasta que fueron totalmente reprimidas”, lamenta.
“China”, joven egresada de Derecho, fue una de esas autoconvocadas. Se involucró después de perder su trabajo en una cafetería, que cerró a causa de la crisis que paralizó al país. “Empecé yendo a un plantón en el parque, a las marchas. Estuve el día que nos atacaron en la iglesia (de Diriamba). Yo dije: ‘No puede ser que esté pasando esto y que la gente se quede callada y no diga nada…’. Empecé yendo a las caravanas y cuando ya se hicieron los tranques empecé a repartir café, llevaba fresco, pan, algo para que los muchachos pudieran comer y cuando miré me involucré a tal punto de quedarme y formar parte del puesto médico del tranque del Colegio San José”, afirma.
La madre de la bebé nacida hoy en el tranque de Jinotepe llegó desde Nandasmo. Todavía no ha decidido nombre pero podría ser “Libertad”. #SOSNicaragua #SOSNicaragua @confidencial_ni pic.twitter.com/DKMjXCFyJw
— Yader Luna (@Lunacero) 19 de junio de 2018
En ese mismo puesto médico estuvo también Allan Acevedo, en ese entonces estudiante de Administración de Empresas de la Facultad Regional Multidisciplinaria de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, FAREM-Carazo. “Tuvimos cuatro nacimientos. A pesar de las circunstancias de las barricadas y los asedios que teníamos por las noches, las madres llegaban a ser atendidas, los pacientes, toda la comunidad nos apoyaba”, recuerda.
“Desde el primer día, ellos demostraron que no querían nada, desde ese momento nos empezaron a volar bala. Hay videos y hay reportes, heridos y todo. Nosotros nos metimos de lleno a la lucha y de ahí decidimos estar firmes hasta el final, hasta donde estamos y estamos en el exilio, pero seguimos luchando por ver Nicaragua libre”, agrega Rodolfo Rojas Arburola, ingeniero civil e hijo de Rodolfo Rojas Cordero.
El ataque contra los municipios de Diriamba, Dolores y Jinotepe fue uno de los más violentos ejecutados por la dictadura. Dejó al menos una veintena de muertos, decenas de heridos, secuestrados y torturados.
Las campanas de la Basílica de San Sebastián en Diriamba no paran de sonar igual que los disparos. #SOSNicaragua @confidencial_ni pic.twitter.com/G4m56UXZd3
— Yader Luna (@Lunacero) 8 de julio de 2018
Por veredas, con hambre y sed
“Un ocho de julio nos atacaron, nos masacraron completamente. Mataron amigos míos, amigos de infancia, amigos de barrio”, recuerda Allan Acevedo. No fue el único que perdió un ser querido en ese ataque. “Ese día asesinaron a mi amigo y hermano de muchos años, Ricardo Largaespada Ramos, que era abogado”, lamenta Rojas Cordero.
Ese ocho de julio inició el éxodo. Centenares de caraceños salieron huyendo de las balas del régimen, ante el riesgo de ser secuestrados o asesinados, porque después del ataque, siguió un operativo para rastrear, secuestrar y encarcelar a los manifestantes.
“Eso fue horrible, escondida. Pasé desde el ocho escondida, ni siquiera mi familia sabía dónde estaba porque me daba miedo que los siguieran a ellos”, cuenta “China”.
Rojas Arburola y Acevedo caminaron durante días por monte, aguantaron hambre y sed, con el temor de que una patrulla policial los sorprendiera. Así llegaron a Costa Rica.
Este es el segundo exilio de Rojas Cordero. En 1978, con quince años de edad, tuvo que exiliarse en México tras involucrarse en la lucha contra la dictadura somocista. “Luché en ese tiempo con una esperanza: que se erradicaran totalmente las dictaduras en Nicaragua y apoyé para derrocar al régimen de Somoza. Con el transcurso del tiempo nos venimos dando cuenta que lo que se está consolidando era otra dictadura”, reflexiona.
Las redes de solidaridad que organizaron en las protestas, ahora les permiten enfrentar juntos la dura realidad del exilio.
“Mariano” también es otro caraceño exiliado. Era médico en Jinotepe y lo despidieron por atender a los manifestantes heridos. “Tuve que moverme de varias casas, hasta que decidí exiliarme porque ya no se podía seguir en Nicaragua”, relata. Aun fuera de su país, “Mariano” teme por su vida y la de su familia. “Conocemos que hay personas que están viniendo al país, CPC, a identificarnos dónde vivimos para después dar ubicaciones e información de nosotros”, comenta.
Rojas Arburola también afirma que hay personas en el país enviadas por el régimen Ortega Murillo para localizar, intimidar y hacerles daño. “Aquí en Costa Rica anda gente que mandan ellos, andan ubicando a uno… las amenazas por las redes sociales, por llamadas, no sé cómo consiguen los números”, denuncia.
La lucha para sobrevivir
El exilio está lleno de adversidades. “Lo más doloroso es venir aquí y no saber a qué venís, ni adónde venís, dejar a tu familia, dejar todo atrás, abandonás todo. Cuesta que te den trabajo, cuesta mucho. Ya tuve la oportunidad de estar trabajando en un lugar, pero por lo mismo de no tener papeles, me robaron, no me pagaron bien”, cuenta “China”.
Silva destaca el trabajo que varios jinotepinos realizan en conjunto con organizaciones y entidades para ayudar a los nicaragüenses que han llegado. “Nuestra labor se ha extendido de la lucha cívica a lo humanitario. Ese es el trabajo que hemos hecho en estos ocho meses que tenemos en el exilio”, afirma, tras relatar que la mayoría vive en hacinamiento, sin acceso a salud, educación, trabajo. Las autoridades costarricenses han sido solidarias, pero también han sido víctimas de xenofobia.
“Aun así, teniendo el permiso laboral, ha sido difícil porque ya cuando llegaba yo a algún lugar a pedir trabajo, llevaba el currículum, y preguntaban si era costarricense”, relata Rojas Arburola. Cuando se identificada como refugiado, le decían “ahí te vamos a llamar”. Y aún sigue desempleado.
Esta foto de Jinotepe me encoge el corazón. @gallotronic08 #SOSNicaragua pic.twitter.com/x6byg42ZTf
— Yader Luna (@Lunacero) 9 de enero de 2019
“Mariano”, por su parte, espera ejercer la medicina. “Varios médicos estamos solicitando integrarnos temporalmente para ejercer y poder seguir sobreviviendo en este país. Se está en trámites de homologación de títulos, reconocimientos y estamos en espera porque la verdad es muy difícil. Se nos ha puesto muy difícil la situación”, lamenta.
Volver a Nicaragua
Los exiliados de Carazo quieren volver a Nicaragua, pero demandan garantías de seguridad.
Rojas Cordero espera poder regresar para ver a su otro hijo, que fue preso político del régimen: “Le acaban de dar libertad a mi hijo, Raúl Ernesto Rojas Bello. Estuvo ocho meses injustamente detenido, un excelente profesional, trabajador (…) le dieron la libertad total porque no encontraron nada”, comenta.
Rojas Cordero demanda “que en Nicaragua se restablezca el derecho a la protesta, a manifestarse libremente y que ejerzamos nuestros derechos constitucionales”.
Silva asegura que en el exilio están “claros de que aquí, como estuvimos en la lucha, tenemos que aguantar un poco más, ser conscientes, tener paciencia” y espera que en las negociaciones de la Alianza Cívica “salga algo prometedor para los refugiados”, quiere tener garantías para poder volver.
“Si hay elecciones adelantadas, esa va a ser nuestra trinchera. Nosotros tenemos que cambiar la mentalidad del tranque, estar claros de que la línea tiene que ser la democracia de nuestro país por una vía cívica”, asegura.
“China” también anhela el retorno: “Yo sueño con volver a mi casa, ver a mis hijos, estar en mi país, pero en un país libre, no el que tenemos ahorita”.