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¡Aguante, jodido! Que lo vamos a lograr. La peor pandemia que nos amenaza sería repetir la impunidad de los criminales.
A punto de cumplirse 24 meses de la rebelión de abril, la pandemia del coronavirus parecería sepultar el recuerdo de la masacre cometida por la dictadura y la demanda de justicia de los familiares de las víctimas.
Ya 23 meses desde aquel 18 de abril en el que el volcán despertó. En el que todos aquellos volcancitos despertaron. Despertamos.
Con un rugido feroz que se arrancaba desde lo más profundo de las entrañas.
Despertamos con indignación, con furia, con rabia. Con hambre de cambio y anhelo de algo nuevo.
Desenmascarados, aunque amordazados
No estábamos dispuestos a seguir aguantando al régimen opresor.
Gritábamos con fuerza: ¡Nicaragua volverá a ser república! ¡Patria libre para vivir!¡Fuera Ortega! ¡Fuera dictador!
No nos podía callar nadie, ni nada. O eso pensábamos.
Hasta el momento en el que nos callaron.
A balazos. En la garganta, en las sienes, en el corazón.
Con armas de guerra. Si sólo éramos civiles desarmados. Y ellos, desalmados pero armados hasta las cejas.
Nosotros con palos, con piedras, con huleras. Y ellos con rifles y metralletas.
Como leones enfurecidos, endiablados, intentamos defendernos. En tranques. Con palos y piedras.
¡Aguanta, pueblo, aguanta!
Tensamos la cuerda. No queríamos negociar. No nos íbamos a dejar engañar.
¡Aguanta, pueblo, aguanta! ¡La victoria va a llegar!
Pero no aguantamos.
Nos metieron presos, nos torturaron. Siguieron matándonos. Nos exiliaron. No huimos, nos echaron. Nos sacaron.
Querían fingir normalidad. Hacer de cuenta como que éramos unos locos. Y sí, estábamos un poco locos. Queríamos arrancar de cuajo al dictador y a todo su séquito.
¡De que se van, se van! Gritábamos. ¡De que se van, se van!
Teníamos todos los ojos puestos en nuestro paisito, tan chiquitito.
Ay Nicaragua, como nos dueles tanto.
Y poco a poco aquella explosión se fue estabilizando. Nos seguían dando palos. Intentábamos defendernos, pero cada vez nos costaba más levantarnos.
Teníamos miedo. Por los nuestros, y por nosotros mismos. Nos atacaron al sistema nervioso central.
Nos acosan, nos hostigan, nos persiguen.
La dictadura agarró bien sus banderillas y nos las fue clavando una a una en nuestras piernas, en nuestra espalda, en nuestro vientre. Nos las clavó hasta casi asfixiarnos en nuestra propia sangre, en nuestro propio dolor.
Silencio.
El Fénix renacerá. Porque somos un pueblo duro. Porque somos hijos e hijas de nuestras madres. Y ellas nos enseñaron a no rendirnos.
La normalidad que se ha instalado, no ha conseguido callarnos por completo.
A pesar de la pandemia, hoy más que nunca tenemos que mantener la calma y aguantar. Nuestra estrategia: la justicia.
Justicia, porque no queremos que el dictador permanezca impune.
No vamos a permitir que se vayan sin que la historia haga justicia.
Nadie nos va a devolver a los hijos que perdimos. Ni nos borrarán las heridas que nos hicieron, o nos harán olvidar el horror que hemos pasado.
Tampoco van a quitarnos el derecho a tener justicia. Y al final se irán, pero no sin pagarlo.
¡Aguante, pueblo, carajo! Que la justicia es un camino largo.
¡Aguante, jodido! Que lo vamos a lograr. La peor pandemia que nos amenaza sería repetir la impunidad de los criminales.
*Este texto es parte de la serie CróNicas, publicada en la Revista Niú, a partir de este 16 de marzo, sobre las experiencias y reflexiones de cómo los nicaragüenses en España y Estados Unidos viven las medidas de confinamiento. Te invitamos leer más testimonios en este enlace.