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“Star Trek Sin Límites” y sin distinciones
Fotograma | Star Trek "Beyond"

Algunos años después de la batalla contra Khan, el capitán Kirk (Chris Pine) pondera abandonar la Enterprise y asentarse en un cargo que le permita echar raíces en un lugar.

     

“Star Trek: Sin Límites”
(Star Trek Beyond)
Dirección: Justin Lin
Duración: 2 horas, 2 minutos aprox.
Clasificación: * * (Regular)

Traten de seguir el hilo: el treceavo largometraje dedicado al universo creado por Gene Roddenberry es la tercera película de la reinvención originada por el productor J.J. Abrams en el año 2009. La primera película de este ciclo hizo un buen trabajo a la hora de introducir un nuevo reparto en papeles emblemáticos, atrayendo a un nuevo público. Sin embargo, la siguiente entrega perdió el rumbo. “Star Trek Into Darkness” (2013) destruyó la buena voluntad del público. Replegado a otra franquicia espacial – Abrams también está detrás de “Star Wars” -, entregó la cámara a Justin Lin. “Star Trek Beyond” supone una mejoría, pero se queda corta a la hora de justificar su existencia.

Algunos años después de la batalla contra Khan, el capitán Kirk (Chris Pine) pondera abandonar la Enterprise y asentarse en un cargo que le permita echar raíces en un lugar. Spock (Zachary Quinto) termina su romance con Uhura (Zoe Saldana). Bones (Karl Urban), Scotty (Simon Pegg) y Chekov (Anton Yelchin) siguen siendo los mismos buenazos de siempre. La tripulación se detiene en la monumental estación Yorktown, y hacemos dos descubrimientos: primero, Zulu (John Cho) es gay, y tienen una hija con su esposo. Segundo, la próxima misión implica viajar a una nebulosa desconocida para tratar de rescatar a la tripulación de Kalara (Lydia Wilson), una cosmonauta que ha escapado de las garras de unos seres desconocidos. Por supuesto que es una trampa, y pronto, nuestros amigos se encuentran en problemas.

La revelación sobre la sexualidad de Zulu es un detalle menor, pero conecta con la necesidad de actualizar la franquicia a la sensibilidad contemporánea, pero también con el impulso oportunista de atraer atención a un producto que lucha por distinguirse en un mercado abarrotado. Los trekkies que se respetan saben que George Takei, el actor que originó al personaje, es gay en la vida real, pero esto nunca figuró en la serie. Por otro lado, el afán de inclusión va a tono con el espíritu del universo de “Star Trek”. De hecho, en sus mejores momentos, la película se presenta como una especie de utopía donde el colectivo trabaja unido para lograr un objetivo. Nadie se queda atrás, y cada uno está dispuesto a sacrificarse por el otro. Juntos son imparables.

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De hecho, el villano de turno, Krall (Idris Elba) profesa la negación de esta forma de vivir. Su objetivo es recuperar una vieja reliquia que le permitirá destruir Yorktown, como símbolo de los ideales de la federación. En una siniestra inversión de la idea de unidad para bien, Krall controla un enjambre de pequeñas naves biomecánicas que operan como un implacable enjambre de destrucción. Es como el reflejo negativo de la manera de operar de nuestros héroes. Los motivos de Krall eventualmente son revelados, pero durante la mayor parte del metraje, más que un personaje, es un antagonista simple.

De hecho, hay algo genérico en el desarrollo dramático. La película está llena de acción frenética, secuencias plagadas de efectos especiales que demandan admiración, pero no terminan de registrarse como algo importante o memorable. Matamos tiempo, vagamente distraídos, mientras pasamos a otra cosa. Algún diálogo expositivo aclara lo que pasa, para no perder el hilo. Incluso cuando quiere asombrar, la película parece estar recurriendo a una receta. Yorktown es imponente, pero se parece a la ciudad de millonarios siderales en “Elysium” (Neil Blomkamp, 2013), o el civilizado centro que sirve de escenario al clímax de “Guardianes de la Galaxia” (James Gunn, 2014). ¡Eh! Zoe Saldana podría andar la piel verde de Gamora y nadie notaría la diferencia.

El director Justin Lin es veterano de la franquicia “The Fast and the Furious”. En ella, ha infundido un espíritu de concordia transcultural que conecta con este mundo. Pero su estilo visual es parte del problema. Cada momento esta tan elevado a la enésima potencia, que pronto dejamos de sentir cualquier emoción. Debajo de los adornos del escenario, vestuario y la época, la dinámica de exaltación maniática es la misma en casi todas las películas que vemos. Es la maldición del “blockbuster” moderno, que ya está erosionando la taquilla. Este reparto, y sus personajes, merecen mejor suerte.