Presos políticos
Siendo adolescente asesinaron a su madre, le ha tocado ser madre soltera ante el abandono de su expareja y hoy es la presa política más joven de la dictadura
A Solange Centeno la vida la ha golpeado duro a sus veinte años. A los diez años perdió a su madre. Una noche al regresar a casa, sintió que su vida se derrumbaba cuando se enteró que su madre había sido asesinada por quien en ese momento era su pareja. Cinco años después, quedó embarazada y le tocó hacerse cargo de su hijo ante el abandono de su expareja. Hoy, Solange está viviendo otro duro momento que quizás nunca imaginó: se encuentra encerrada en la cárcel por protestar contra la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
La muerte de su madre es, hasta ahora, el dolor más grande para Solange. Ella y su mamá eran muy unidas, tanto así que decidió dejar Matagalpa y mudarse con ella a Managua. Se llevaban muy bien, afirma Gloria López, abuela de Solange.
Tenían una bonita relación y había mucha confianza entre ambas. Se contaban todo. Perderla fue lo más duro «pero hizo lo posible por salir adelante», explica López.
Según las personas que la conocen, es una chavala de carácter fuerte y decidida a lograr sus metas. Para sus amigos, ella siempre sabía lo que quería. «Haber perdido a su madre la hizo más fuerte», aseguró un conocido de Solange, que por seguridad quiso omitir su nombre.
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Desde que era una niña, creció con la vocación de cuidar a los demás, cada vez que alguien de su familia se enfermaba, «ella siempre estaba ahí para ayudar a quien lo necesitaba», cuenta su abuela. Su familia notó que tenía una atracción peculiar por los animales, tanto así que tenía como mascota una culebra que le regalaron. Pasaba horas jugando en el patio de su casa donde actualmente se encuentra un parque ya deteriorado por el pasar del tiempo.
«A Solange le gustaba jugar en este parque, todas las tardes la encontrabas jugando, corriendo de un lado a otro, esa su lugar de recreación», comenta Gloria López.
Con tan solo quince años, dio a luz a un bebé del que se ha hecho cargo sola hasta el día de su captura. «El niño, siempre ha vivido con ella y con su bisabuela. Mientras ella trabajaba y estudiaba, el niño pasa aquí en la casa y va a la escuela», detalla su abuela.
A pesar de haber sufrido estos golpes, Solange nunca se rindió. Tras el asesinato de su madre regresó a Matagalpa para terminar su secundaria. Viajaba todos los fines de semana para estudiar un curso de belleza en Estelí, y poder hacer lo que más le gustaba. «A ella le gustaba la belleza, le encantaba poner uñas acrílicas, siempre andaba buscando en quien trabajar nuevos diseños», cuenta su abuela.
Antes de las protestas contra el régimen de Ortega-Murillo en abril del 2018, Centeno, tenía dos años de trabajar en un salón de belleza, en el centro de Matagalpa. Según una de las trabajadoras de este lugar que por seguridad prefirió omitir su nombre, jamás Solange decía «no» al trabajo.
«Ella empezó a trabajar conmigo porque conozco a su abuela, y le di un curso de uñas acrílicas. Ella ha sido una niña golpeada por la vida pero siempre se entregó mucho a su trabajo y le fui tomando mucho cariño», recuerda.
Su papel en la lucha cívica de Matagalpa
Solange, junto a otros jóvenes de su ciudad se reunieron para formar el Movimiento 19 de abril de Matagalpa, luego del estallido de las protestas en todo el país. «Solange no tenía ninguna afiliación política, ella se involucró porque no le gustaban las injusticias, ni la violación de los derechos humanos», comenta un amigo.
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Con el pasar de los meses, Centeno, cada vez se involucró más en las manifestaciones. Asistía a los plantones, ayudaba a curar enfermos y a recolectar víveres para los heridos durante las protestas. «Desde que ella era pequeña, se miraba que sería una líder, siempre se preocupaba por los demás y asistía en lo que podía ayudar ante cualquier situación», insiste su abuela.
Esta joven de contextura delgada, y de baja estatura, durante los ataques a las marchas en Matagalpa corría de un lado a otro para poder auxiliar a las personas y aunque no tenía conocimientos de primeros auxilio, siempre estaba dispuesta a apoyar a cómo fuera posible. Aunque varias veces su familia le insistió en que dejará de protestar, ella decidió continuar.
El día de su captura
El 26 de junio, Solange junto a otros jóvenes del Movimiento 19 de abril de Matagalpa, viajó a la capital para dejar víveres y visitar a personas que habían resultado heridas durante los ataques contra los manifestantes. «Su decisión siempre era ayudar a los que más lo necesitaban, aunque no los conociera», insiste uno de sus amigos.
Eran alrededor de las cuatro de la tarde, cuando los cinco jóvenes que viajaban de regreso hacia Matagalpa fueron retenidos por un grupo de encapuchados junto a agentes policiales. Los bajaron de la camioneta en la que iban y los sentaron en el monte por dos horas. «Dice que les decían tranqueros, vendepatrias», cuenta la abuela de Solange.
Horas más tarde, fueron trasladados a las celdas de Auxilio Judicial, conocidas como “El chipote” para ser víctimas de tortura. «Yo me enteré que habían secuestrado a Solange a través de las redes sociales, porque yo vivo en Estados Unidos, quince días después de la captura regresé a Nicaragua», recuerda López.
A Solange, nunca la dejaron ver, luego de veinte días de angustia para su familia, su abuela tuvo que denunciar a través de los medios de comunicación que no podía ver a su nieta. “Yo sentí que al decirlo en público tal vez me iban a prestar atención y puse la denuncia”, dice.
El diez de diciembre del año pasado, Solange fue condenada a 18 años y medio de prisión, por los delitos de crimen organizado, tenencia ilegal de armas y secuestros. «Los mismos delitos falsos que le aplican a todos los que protestaron», afirma uno de sus amigos.
Hoy en la cárcel “La Esperanza”
Actualmente, dentro de la cárcel de mujeres “La Esperanza”, Solange se encuentra en un estado de salud delicado. «Antes de ser secuestrada por la Policía Nacional, ella estuvo hospitalizada por problemas en los riñones», lamenta su abuela.
Solange se encuentra con trece reas en una celda diminuta. Según su abuela, Centeno se encuentra físicamente bien, pero hay días en los que la desesperación y el estrés de estar en esa cárcel la consumen. «Las presas políticas no tienen el mismo derecho que las reas comunes, no las dejan salir al patio, no las dejan ver televisión, las tienen en cárceles de máxima seguridad», explica López.
Según le ha contado Solange a sus familiares, por la celda en la que se encuentra, pasan aguas termales que están conectadas a las tuberías de donde sale el agua para que las reas políticas se bañen. «Los primeros días, Solange no tenía donde recoger agua, y tenía que bañarse con el agua hirviendo. En las visitas la mirábamos con la piel roja por el agua caliente», cuenta su abuela.
A pesar de estar en esas dificultades, López expresa que su nieta es fuerte y sabe que la justicia va a llegar tarde o temprano para todos los presos políticos. “Ella nos da fuerza, todas las muchachas están fuertes, ellas están seguras de que no va a ser para siempre y están claras de que por ver una Nicaragua libre es que hoy están privadas de libertad», insiste su abuela. Está convencida que su nieta ganará esta nueva batalla.