En pantalla
'Soul', la última película de Pixar, rompe barreras. Su acercamiento a la sombra jungiana es abierto y reparador. El cine puede ayudar a visibilizar las emociones como un factor social.
Recordemos a Blancanieves, esa joven que en 1937 se adentraba en un bosque nocturno para huir de su madrastra, del odio y, en definitiva, de la muerte. En aquel bosque todo le amenazaba y el pavor le provocó el desmayo. La inocente niña fue incapaz de acomodarse a ese bosque oscuro, tenebroso y macabro, pues era la primera vez que se enfrentaba a esa sombra. El miedo a la oscuridad la paralizó y tuvo que ser rescatada.
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He ahí el modelo de representación institucional, los rasgos técnicos, estilísticos, ideológicos y narrativos del cine clásico que aboga por el rechazo hacia lo desconocido: la sombra. Esta figura arquetípica, según el psicólogo Carl Jung, representa el inconsciente de la psique humana. Es aquello que no reconocemos como propio y que, por tanto, nos acecha. Es el lado oscuro de nuestra mente, lo que tememos, lo que no aceptamos de nosotros mismos. Y si es sombrío, oscuro y dañino es porque el cine así nos lo ha enseñado.
La sombra en la historia del cine
La historia del cine y los diferentes modos de representación de la imagen fílmica nos muestran la evolución que han sufrido conceptos del imaginario colectivo como este. El bosque de Blancanieves es la expresión visual de esa sombra. Guarda una estética realista, pero se desfigura la naturaleza con formas imaginarias y tétricas. Un espacio físico y psíquico impenetrable, ya que cuando la niña se acobarda, el espectador adopta su temor por el efecto mimético. El aprendizaje conductual reprime al espectador ante la amenaza y la sombra queda asociada a emociones negativas.
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El modelo de representación institucional de Hollywwod, entre los años 20 y 60 del siglo xx, denostó la sombra, algo paradójico en el cine que, como aparato técnico, se dedica a captar la luz. Las restricciones del código Hays enseñaron al espectador a esconder la tristeza, el miedo y la frustración.
Algo quizá justificable en periodos de posguerra en los que la población anhelaba historias felices como modo de evasión. Pero que privó de una educación emocional integral a la población y aumentó los tabúes sociales hasta finales de los años 60. Bajo este contexto, Disney representó a la sombra como algo a evitar: Peter Pan (1953) perdió la suya, Alicia (1951) fue a juicio por atreverse a penetrar en ella y Aurora (1959) quedó hechizada por dejarse llevar.
Los 80: sombras domesticables
Los primeros acercamientos de Disney a la sombra comienzan a finales de los años 80 con Ariel (1989), que negocia con ella, Bella (1991), que la transforma, o Simba (1994), que la combate y destierra. Desde el punto de vista formal y narrativo, estas películas siguen el esquema clásico, pero las temáticas comienzan a romper sutilmente las representaciones sociales tradicionales. Aún así, no podemos decir que la animación Disney haya acogido rasgos del modelo de representación moderno, que surgió a partir de los años 60 por directores que apostaron por discursos alternativos, subjetivos y con sentido crítico.
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La sombra sigue representándose como un elemento desintegrado en el relato Disney hasta que en 2012 Ralph sale de su videojuego para buscar emociones nuevas. Este antihéroe se salta las normas, accede a su sombra e irrumpe en un videojuego ajeno. Ese espacio es un mundo de colores, dulces y golosinas. Y allí conoce a Vanellope, una antiheroína que, por destierro y marginación, vive en la sombra. Ralph y Vanellope se enfrentan a sus respectivos miedos y aprenden de ellos. De su recíproca ayuda nace una amistad entre los personajes. Son una metáfora de la luz y la sombra.
La revolución de ‘Soul’
Disney ha representado el arquetipo de diversas maneras, pero desconocemos qué hay en la sombra de cada personaje. Si buscamos una respuesta, solo la vamos a encontrar en Soul, película que Disney-Pixar ha estrenado en 2020. Se enmarca en el más allá, un espacio imaginario del que no tenemos evidencia empírica, aunque el cine, como fábrica de sueños, puede crearlo.
De por sí, el más allá sería un elemento tabú del cine clásico, pues representa la muerte. Pero el cine ha evolucionado y el modelo de representación posmoderno afronta retos creativos y rompe barreras psicológicas. Predica, así, con el ejemplo, y nos invita a navegar en la sombra en compañía de Joe y 22.
El aprendizaje emocional tras la sombra
Joe es un profesor de música frustrado que sufre un accidente antes de su primera actuación como pianista de jazz. En el lapso entre la vida y muerte, el alma de Joe se ampara en el más allá, donde conoce a 22, un alma del universo que ha suspendido el carné de conducir de cuerpos en numerosas ocasiones porque no encuentra su chispa.
Joe asume la función de ser el mentor de 22. Aunque ella también tiene mucho que enseñarle. Como almas gemelas que han sido unidas por un motivo, cada uno representa la sombra del otro. Así de caprichoso es el universo, que se empeña en unirnos a personas que despiertan nuestro inconsciente. Y lo hace con un motivo didáctico.
Enfrentarnos a la sombra
El cine clásico se empeñó en alejarnos de esa parte oculta de nuestra mente, pero el modelo posmoderno comienza a proyectar lo que hay ahí. Joe esconde en la sombra su obsesión por llegar a ser músico profesional. Lo que hacía por placer, se ha convertido para él en una maldición: es casi un alma perdida.
Y 22 esconde su miedo al fracaso, a no ser apta para la vida porque no ha encontrado un propósito o aquello que le apasiona. Entre ambos, proyectándose el uno en el otro, logran reconocer las emociones que les paralizan y darles un poco de luz. Los dos encuentran, al final, esa chispa al aceptar las emociones como forma de vida. Cuestiones que también nos han enseñado Alegría y Tristeza en Del revés (2015) y Miguel y su familia en Coco (2017).
Que la muerte o el más allá aparezca representada en películas como Coco o Soul es una forma de dar vida a ese lado oscuro o emocional que durante tantos años el cine, entre otros discursos, ha estado ocultando. Pues, igual que no hay luz sin sombra, no hay vida sin muerte.
Como los personajes de Soul, cada uno de nosotros tenemos una sombra. El cine, en sus historias, no nos puede explicar qué escondemos en ella en particular. Lo que sí puede hacer, como agente educativo, es proyectar una luz para que las sombras, y otros arquetipos, redefinan su significado y pierdan su estigma.
Es responsabilidad propia reconocer lo que nos aflige y transformarlo. Es responsabilidad de todos visibilizar las emociones como un factor social. Pues la vida, como el cine, es un constante proceso emocional. Por tanto, hagámoslo fácil, vayamos por la sombra.
*Este artículo fue republicado The Conversation bajo licencia Creative Commons. Lea artículo original. Marta de Miguel Zamora, Profesora de Comunicación Audiovisual y Publicidad, Universidad Rey Juan Carlos