Quince mujeres desconocidas se juntaron para bordar. En su mayoría llegaron al bordado buscando paz. Otras perseguían sus recuerdos. Unas cuantas querían olvidar.
Con diferentes puntadas, temáticas y experiencias hicieron una rueda. Hablaron, callaron, se acuerparon. Se conocieron gracias a la artista Aida Castil, su mentora, y ahora sus piezas han sido expuestas.
Estos son sus testimonios:
«Bordar tiene un efecto de alivio»
Alisson Cardoza ama a los gatos pero no tiene ninguno, dibuja por placer, estudió marketing y le gusta aprender de forma autodidacta.
Bordar me alivia. No importa lo que borde, si estoy ansiosa, preocupada o triste, un par de horas bordando me ayudan a enfrentar el problema y a pensar en una solución. También es una conversación conmigo misma. Me da el valor de preguntarme qué está pasando, qué está generándome intranquilidad.
Ha habido momentos en los que la confianza en mí cae por completo. Bordando me cuestioné mis habilidades y también bordando reconocí que tengo muchas y debo explotarlas más. Eso no me pasa cuando hablo con otras personas, solo cuando hablo conmigo mientras bordo.
Cuando tengo una pieza terminada disfruto de la satisfacción de haber creado algo con mis manos, de haber elegido los colores y puntadas con un significado. Nada fue hecho al azar.
Aprendí a bordar siendo una niña, a los siete años, cuando me enviaban a la casa de la vecina para hacer reforzamiento escolar. Aún conservo un paño que bordé, el primero. Retomé esta labor en mayo de 2018 como una terapia de ocupación para hacerle frente al estrés y a la ansiedad producto de la situación sociopolítica de entonces.
Por esparcimiento siempre elegí hacer dibujo, manualidades y cosas similares, pero llegó un momento en el que eso no me ayudó mucho debido a la cantidad de emociones negativas que sentía. Me frustraba demasiado. Probé con el croché pero me aburrí muchísimo en el proceso.
Un día fui al mercado y compré un par de agujas de punta redonda, media docena de madejas y un aro, y dije: por allí tengo una camiseta blanca a la que le hace falta ‘algo’ para que me decida a usarla. Así fue que le bordé unas cuantas rosas. Lo siguiente fue bordar en un trozo de tela otras rosas y un garabato. Una vez terminado le pedí a mi mamá que me cosiera un monedero. Después de eso ya no hubo vuelta atrás. El bordado había llegado para quedarse. Me gusta pensar en algo para bordar, garabatearlo en un papel, escoger la tela, los colores y empezar. Y así conversar, aliviarme, conocerme.
“Bordando digo en voz alta lo que me duele y lo que tengo temor de hablar”
Briseyda Baltodano, 23 años, borda lo que siente, baila cumbias y hace postres.
De mi infancia tengo pocos recuerdos y entre ellos resalta la imagen de mi abuela paterna bordando. Me recuerdo feliz escuchándola y aprendiendo a bordar puntada de tallo, puntada de cadena y otras tantas. Hacíamos muchas flores. Luego me recuerdo triste, añorándola, queriendo que de alguna manera ella regresara a mí. Ahora pienso que finalmente lo hizo. Regresó a través del bordado.
La primera vez que bordé sola, ya adolescente, sin ella, lo hice en una funda. Escribí una frase: “Guarda mis lágrimas”. Desde entonces en el bordado he encontrado la manera de poder decir en voz alta lo que me duele y lo que tengo temor de hablar. Ha sido una forma de hacer catarsis frente a la tristeza, el enojo, el hartazgo y la frustración.
Mis bordados son sobre violencia machista, autocuido, depresión y procesos de sanación. Mis puntadas son imperfectas, son el claro ejemplo de cómo me siento y cómo me veo reflejada en este sistema podrido que me abruma todos los días.
“Sentía tranquilidad en cada puntada”
Scarleth Reyes, 19 años, estudiante de ingeniería ambiental. El arte siempre ha sido algo vital en ella.
Comencé a bordar para experimentar. Pensé en hacerlo sobre pintura y darle una textura diferente, pero para eso tenía que comenzar desde cero. Siempre he sido autodidacta y aprendí viendo videos en Youtube. Le pedí consejos a mi mamá y ahí fui. Mi primer bordado fue de cactus, pero quedaron súper feos, tanto que ni siquiera los terminé. Continué intentando con diferentes técnicas y quedé encantada. Me di cuenta que eso ayudaba mucho con mi salud mental. Sentía la tranquilidad en cada puntada.
El integrarme a este lindo grupo, el colectivo de mujeres bordadoras, fue algo que me alegró la vida. Siempre he querido mostrar mi arte a las personas, pero tenía mucho miedo.
Con la pieza que expuse quise homenajear a las mujeres que son parte de mi vida, las que me enseñaron el amor por los textiles y que son como madres para mí. Tienen diferentes edades, ellas aprendieron a bordar gracias a su mamá, y siempre me enseñan algo nuevo.
“Me parecía liberador bordar todo lo que sentía”
María Alejandra Aguilar Novoa, 19 años, estudia psicología, le gusta tomar fotos y ama las mandalas y la música de Jorge Drexler tanto como a su perro Marx y a su gato Kaya.
Descubrí el bordado artístico por una publicación en el Facebook de Aída Castil (Hojita de Agua Dulce). Me pareció una forma de expresión nueva e interesante. Se salía de la idea de lo que yo consideraba que era un bordado.
No me animé a bordar hasta que sentí la necesidad de contar algo, específicamente sobre alguien. Pregunté a mi mamá dónde podía comprar materiales y me emocionó que ella sabía dónde conseguirlos, ese día compré una tela guía y practiqué un poco.
Para crear el que considero fue mi primer bordado, me guié con imágenes en Pinterest, me animé a buscar videos sobre puntadas en Youtube y empecé haciendo un círculo en tela oscura con varios colores que para mí formaban un planeta. Hacía referencia a las características, puestas en colores, que tenía alguien que en ese momento era especial y querido para mí. Prometí obsequiarlo después que la situación en Nicaragua cambiara, pero terminé encariñándome con él y dándole un giro totalmente distinto al primer concepto que había creado.
En este tiempo que empecé a bordar sentía que no podía contribuir en nada y me vi en la necesidad de distraerme, apoyarme y cuidarme bordando mis sentires. Cuando bordás algo y es un tema que te afecta de alguna manera, tenés que estar consciente que cada puntada es un pensamiento, un recuerdo sobre eso.
Me parecía liberador bordar todo lo que sentía: como el mapa lleno de colores, que para mí simbolizaba esperanza, los niños del barrio Carlos Marx, un güegüense y su lucha, las mujeres y los femicidios.
Era toda una terapia que me abrazaba y me hacía sentir acompañada. Bordar se ha vuelto parte de mí y mis bordados son mis seres queridos. Lo disfruto y me representa como mujer llena de procesos, miedos, cariños y cambios constantes.
“El bordado me ha abierto otra puerta hacia la sanación”
Marjorie Vega, 32 años. En reconstrucción. Amante del mar y de los atardeceres. Gestora cultural.
Los duelos me llevaron al bordado. Mis dolores se entrecruzaron y busqué muchas alternativas para paliarlos. Exploré mucho hasta llegar a un taller de bordado con Hojita de Agua Dulce. Pensé que sería un respiro en medio de tanta turbulencia y dolores. Autocuido, me dije.
Experimenté innumerables emociones y sentimientos encontrados que frecuentemente me pregunté cómo éramos capaces de sentir y de resistir tanto al mismo tiempo. Eso es la resiliencia. El bordado me ha abierto otra puerta hacia la sanación. Por eso lo primero que bordé fue la palabra resiliencia junto a una flor.
Este era para mí un territorio inexplorado. Las interacciones que había experimentado con la aguja y los hilos fueron esas técnicas fallidas que utilicé cuando un par de tías-abuelas quisieron iniciarme en el tejido. Una de ellas, a quien más asocio con el bordado, era realmente una maestra creadora: cosía a máquina y bordaba bellezas a mano. Desde entonces, jamás hubiera imaginado que a mis 32 años iba a experimentar esa curiosidad por crear puntadas.
La primera sensación que me provocó el bordado fue ansiedad, pero en la medida que he venido aprendiendo y ejercitando las puntadas, he logrado disfrutar más de la experiencia.
De manera particular, el Círculo de Mujeres ha convertido más enriquecedor el acto de bordar, por el hecho de compartir con mujeres de diferentes generaciones una amplia variedad de temas, intereses y sentires, sin juicios y señalamientos, logrando experimentar esa complicidad y sororidad entre nosotras.
Por otro lado, y a partir del hecho de que cada una debía crear una pieza, he experimentado otro tipo de sensaciones: desde asumir espacios como propios e íntimos, en los que me siento cómoda y segura, hasta el punto de lograr una desconexión con el mundo, sobre todo con el teléfono celular.
He creado una pieza titulada Soltando amarras, que es la yuxtaposición del duelo personal y el duelo colectivo. Mi duelo personal se vio alterado a raíz de la crisis sociopolítica del país, dejando en evidencia que la esfera íntima y la política no son mutuamente excluyentes. Enfrentar el dolor con total conciencia es una tarea que como individuos y como sociedad debemos asumir y, en el proceso, sanar.
“Bordo y me conecto con la naturaleza”
Celeste Corea cree que el contacto con la naturaleza es primordial para estar bien. Es ingeniera industrial y le gusta leer.
Un día me zafé los dos pies jugando rayuela. Tenía nueve años. Estuve mucho tiempo en reposo esperando que la inflamación cediera, así que mi mamá me enseñó a bordar. Llené una manta pequeña con las puntadas principales y después ella dibujó una Blancanieves. Ese fue mi primer bordado.
Mucho tiempo después bordé una rosa, pero la ensucié tanto que tuve que lavarla y la madeja roja se salió, así que el bordado se perdió.
Siempre tuve el interés de volver a bordar y encontré Hojita de Agua Dulce. Estando en el curso hallé un bordado que tiene más de 50 años y fue hecho por mi abuelita. Ella bordaba, tejía y hacía letras góticas muy lindas.
Cuando encontré ese bordado en una valija la recordé bordando o tejiendo junto a su buena amiga doña Chepita.
Me gusta bordar rosas porque me encantan las plantas y la naturaleza. Tengo muchas fotos de flores y de rosas. Amo las plantas, eso también me recuerda a mi niñez porque en la casa de mis abuelos había un jardín muy lindo.
“La muerte no acaba con todas las cosas”
Valezka Rodríguez, 24 años, ama los cactus, las burbujas y los helados. Es tecnóloga en alimentos y aspirante al arte del bordado.
Lo primero que bordé fue una frase en latín en punto de cruz que leí en el Cementerio General, en Managua. Dice así: “Letum non omnia finit” y significa “la muerte no acaba con todas las cosas”. Para mí esta frase simboliza los procesos de pérdidas importantes que he tenido. Siento que es una especie de lema en mi vida. Leí esas palabras en un momento difícil: mi madre ya había muerto y también mi mamita, mi abuela paterna, quien me crió.
Bordar ha despertado muchas cosas en mí: satisfacción por lo que hago, inspiración, paciencia, refugio, autoconocimiento y realización.
Empecé a hacerlo a raíz de la crisis sociopolítica porque dejé de trabajar y pasaba encerrada en mi casa. En un inicio mi propósito fue tejer, pero como no sabía nada de hilos, agujas ni madejas, menos de telas, por error compré algún hilo para bordar en lugar de lana. Probé tejer, pero no se me dio, así que intenté con el bordado, y aquí estoy.
“El bordado me reta, me desconecta y me da paz”
Silvia Segovia, 20 años, experimenta con todo tipo de arte, se inspira con las películas, juega con los colores. Es tierna, extrovertida y amante de los gatos. Creó Moon River.
Mientras bordo me pierdo en mis pensamientos. Me desconecto por completo de mi entorno. Es como si estuviese en una burbuja y puedo pasar así hasta por seis horas.
El bordado ha traído a mi vida una gran paz. En términos artísticos me permitió valorarme, quererme más. Es esa pasión que desperté, que desarrollé sin saber que la tenía. Cada día me reta a crear nuevas ideas.
He bordado girasoles y cactus. Al Principito, a Mew y a Freddie Mercury. Esto ha sido mi escape desde 2018.
Antes de dedicarle días y noches enteras al bordado pasé por una crisis de ansiedad: me estresaba, no paraba de pensar en lo que ocurría en el país. Me sentía impotente frente a lo incierto. Escribí y dibujé sobre la crisis, y con el bordado me permití oxigenarme, tomar aire, inspirarme en cosas que me gustaban, como las películas y la naturaleza.
El bordado está ayudándome a sanar, a decir eso que quizás no he podido expresar. He bordado la pieza llamada El privilegio de no recordar, que busca motivar la reflexión sobre esos fantasmas que nos persiguen desde la niñez y que queremos insistentemente olvidar. Hay hilos que simbolizan el cabello porque a veces quisiéramos cortar esos recuerdos como nos cortamos el cabello. Esta puede ser mi historia y también la de muchas mujeres.
Hilos y agujas para contar historias
Siempre me ha parecido especial poder palpar un artículo o un producto elaborado con mis manos. Una de las cosas que más disfrutaba en la escuela eran las actividades escolares que tenían como resultado final algo tangible, como los almuerzos que eran preparados con los productos que cultivábamos en nuestro huerto, y todas las manualidades que elaborábamos con la guía de nuestros maestros.
Así que el solo anuncio del curso de bordado de Hojita de Agua Dulce me trajo bonitos recuerdos de niñez. El nombre también dio rienda suelta a mi imaginación y pensé que quizás los cursos los impartía una viejita dulcita.
Muy emocionada le comenté a algunas personas cercanas sobre mi nuevo proyecto, pero no todas compartieron mi emoción. “¡Ve que loca! ¡Ya estás viejita!”, fueron algunas expresiones, pero nada impidió mi reencuentro con el hilo, las agujas y los bastidores o aros, esos que pensaba que ya ni existían.
¡Primera gran sorpresa! En mi primer taller no fui recibida por la viejita dulcita sino por una joven profesional y artista muy talentosa, descubriendo que en lo único que había acertado era en lo “dulcita” de la instructora, pues Aída efectivamente es una persona muy afable, pero sobre todo inspiradora.
Durante su primera clase nos condujo por el fascinante mundo del bordado, mostrándonos parte de su historia, presentando a pintores que combinan el óleo o acuarela con el bordado y a diseñadoras que utilizan el hilo y las agujas como herramientas de diseño. Mientras ella explicaba, yo trataba de enhebrar la aguja, usar el bastidor y dar mis primeras puntadas.
¡Segunda sorpresa! La mayoría de las participantes eran jóvenes estudiantes universitarias y profesionales entre 20 a 35 años. Durante la presentación descubrí que en el grupo había diseñadoras gráficas, arquitectas, sicólogas, comunicadoras, docentes universitarias, quienes tenían en común la admiración y respeto por este arte ancestral, y que su vínculo con el bordado estaba relacionado con recuerdos de su niñez, ya sea porque lo habían practicado o porque les recordaba a un ser querido.
Una a una fuimos descubriendo que teníamos más cosas en común de lo que pensábamos. Todas queríamos aprender a bordar, teníamos bonitos recuerdos relacionados con el bordado, tejido o costura; y estábamos en búsqueda de nuevos espacios para aprender, para compartir, para expresarnos y hasta para encontrar un poco de sosiego ante el mar de emociones y pérdidas vividas durante el último año.
Descubrí que el bordado es arte, es creatividad, es pasión, es fuerza y que ahora con hilos y agujas tengo una nueva forma de expresarme, una nueva forma de contar historias, especialmente aquellas en donde se hace difícil pronunciar o escribir las palabras.
Toda la información sobre la exposición aquí.
Texto original publicado en Media Cuartilla.